sábado, 31 de enero de 2015

Hermosos son los secretos dorados, que guardas en el alma
Hombre de madera, hombre de oro
creciste en medio de un bosque
como  la sabiduría
y el desprendimiento
Hombre de oro, hombre de madera
aprendió tanto
olvidó más
hombre de oro que
no necesita del ruido
no necesita de tantas cosas
Hombre de madera
que suda brillantes armaduras
pequeñas y esbeltas
entre tus ramas
en medio de las cienes
entre las manos y el pecho
que sudas y huele tan bien
se siente tan bien
hombre de oro, hombre del bosque
hombre de tierra, hombre de madera
entre la sabiduría
y el desprendimiento
cantas palabras durante las tardes
cantas palabras que flotan
como burbujas a la deriva
entre el viento
y aterrizan en mí.
Dios está sin duda alguna,
en todas las cosas
se derrama sobre el mundo entero
y el viento trae consigo la paz
de quien a vivir sin nada
aprendió de oficio
a vivir sin el ruido
ni la necia
vanidad.

miércoles, 28 de enero de 2015

Se pueden tejer promesas
con saliva y viento
El amor no es implacable
implacable es lo cierto

-Abejón- Le dijo. Su voz se movía entre un espectro de amor y ternura, y le olfateó el vientre del mismo modo que había olfateado la panza de los abejones durante su infancia. -Abejón- Entre las manchas de luz en el cuarto. Faltaba poco para el amanecer, y el aire helaba como pequeñas navajas que intimidaban la piel. -Usted huele a abejón y anís- Abejón y anís- Por esa razón me mareo cuando lo huelo cerca- Siguió Jullien:

-Abejón... Los abejones sólo viven un día-¿Qué haría si me muero en este momento?

-Primero, aprovecharía su inmovilidad para sacarle las alas y vérselas, luego, lo subiría al techo y le haría un funeral con flores de papel periódico y fuego. Ante los ojos de Mohamad, Jullien nunca había dejado de ser un chiquillo de bata chorreada y pies sucios que no dejaba de meterse en líos, y cómo le gustaban los muchachitos envueltos en problemas a Mohamad. Gracias a los líos compartían ese paréntesis en la madrugada.

Entre los segundos que se escondían en su nariz, Mohamad contemplaba la piel de Jullien y también contemplaba los dibujos en la pared. Recordó sombras de cuentos que había hace unas semanas atrás y en sus típicos finales de fantasmas y niños muertos de amor.

-Las personas pueden ser realmente felices si se lo proponen- Dijo Jullien al examinar la irritación acarminada de Mohamad, y añadió- la vida tiene una sencillez incomprensible. Muérdame la espalda, por favor. Y así lo hizo. Con cuidado removió las alitas de abejón de su camino y dejó marcas como quién firma las paredes y asientos de los buces con esperanza de encontrar el amor o un amigo.

-¿Qué haría usted si me muero ahorita?

-Aquí el bicho soy yo, usted no se va a morir.

-Sí, pero imagíneme tirando espuma por la boca en el suelo, muriendo... ¿Qué haría?

-Pués... no sé, no mucho, me le quedaría viendo asustado y triste. Buscaría ayuda.

-No no, no busque ayuda. Quiero que se  quede conmigo.

-¿Y dejarlo morir? No sea idiota.

-El punto es que me moriría, no hay de otra.

-Igual no se va a morir. Muérdame la espalda.

Jullien no se dejaba querer fácilmente, por eso cuando caía ante el hechizo del cansancio y la baja frecuencia de radio, con las canciones que más le sacaban el buen humor, aprovechaba para dejarse querer un rato. Jullien era más que nada un bicho torpe que volaba por ahí, escapando, que de vez cuando se dejaba atrapar por unas manos pequeñas que lograban encapsularlo en sus sudadas rejas, este se dejaba consumir por el anhelo y las manos podían ser de cualquiera. Jullien era reacio a los amores eternos.