domingo, 20 de abril de 2014

Si Tuviese Rabia. (Primer capítulo)

                                                                I
Si tuviera pulgas. Si tuviera rabia. Si padeciera de una enfermedad más grave que el hambre y la sed perpetua. Si tuviera algo que, bueno, lo siento. Aún no se me ocurre algún mal peor que el de las madrigueras de pulgas en mi piel y la rabia consumiendo mis encías y ojos con su espuma espesa y volátil. Tampoco quiero apelar al hambre y la sed perpetua que hacen de mi día la cosa más larga e insoportable, pero es que no ando especialmente ingenioso.

De hecho ando de perros. No puedo controlarme y me le ando cagando a todas las personas. Así es, literalmente “cagando”. Desde esta mañana decidí no aguantarme más, decidí no aguantarle a nadie la sobreprotección de sus jardines, la quejumbrosa maña de echarme agua o tirarme cosas cuando me acerco a oler el zacate (y juro que sólo a oler el zacate). No hago nada por nadie, por eso no pido que hagan nada por mí, y por no hacer nada por mí especifico y reitero; no quiero que tenga la amabilidad, señora, de tirarme un hueso de pollo. Podrá parecerle absurdo y contradictoria, por mi naturaleza, pero bueno, así quiso Dios que viniera al mundo. Desde hoy he decido desobedecerlo. Por eso me le ando cagando a todos los vecinos. 

A lo que va del día he dejado ya, unos cinco montículos personalizados de caca. Es por esto que no ando especialmente “ingenioso”. He invertido toda mi energía creativa, en pensar formas personalizadas de cagármele a la gente del barrio. Al único que no pienso cagármele es al viejo Martín. Él pasa todos los días frente a mi casa, en su bici decorada con chunches y más chunches que me provoca morder y una bizarra sensación de repulsión-atracción. Primero porque me dan miedo tantos bichos con ojos grandes y patas y cuernos en sus frentes… luego porque huelen a mil demonios (y si huelen a mil demonios porque, como a todos los perros de hocico grande, o que no tengan la desdicha de ser de esos perros de concurso a los que le achatan el hocico, porque a alguien se le ocurrió que da “pedigrí”, se le aparecen demonios a cada nada, entonces toca amarrárselas, en caso de no estar castrado, y ladrarle con fuerzón para que ni se le ocurra meterse a la casa). Pero juro que se ven sabrosos. Es extraño, es así. Como dije, Dios quiso que yo fuera así, pero ya no pienso seguirle el jueguito. Como les decía, me le cagaría a todos los vecinos de este puto barrio, pero nunca al viejo Martín. Él es bueno. Él es diferente. Él conoce cómo está el asunto. Cuando el pasa cerca de mi casa, siempre acelera el pedaleo, porque detrás voy yo, ladrando, sí, pero de alegría. Me ataca la euforia cuando siento el hedor de sus mil demonios colgantes a cien metros de mi casa y espero el momento preciso para lanzarme a la calle y perseguirlo a toda costa. Él sabe cómo es esto. Él es bueno.

Él… es diferente. Incluso el día que logré alcanzarlo y por accidente lo boté de su bici, no dio ninguna señal de hostilidad en contra mía. De hecho (y me siento orgulloso al decirlo) sé que me respeta, porque sólo se levantó mientras decía: -Ay perrito, no me vaya a hacer nada, ay ay, ¡qué golpe!- Y eso fue todo. Claro, yo del susto ni pensé en comerme ni uno de sus muñecos que tanto me enloquecen... -ya siento el manotazo en el hocico- pensé. Pero fíjese, que… el viejo Martín no hizo nada. Por eso lo respeto, porque él sabe que uno a veces se cae de la bici y que andar en bici significa ladridos y persecuciones constantes. Él es lo suficientemente varón para andar en bici, a pesar de las ingratas consecuencias. En cambio… el sólo pensar en todas esas personas, detestables personas, en sus carros… así cualquiera es valiente. Dígame usted si no… ¿Quién va a temerle a las garritas de un perro y a la postura desafiante teniendo un parachoques como de dos metros de grosor? ¡Es indignante! 
Un día casi me atropellan. Creo que era un Toyota 4x4… no lo recuerdo bien. Llovía. Cuando llueve proliferan los autos. Es como cuando salen muchos sapos a cantar durante el temporal… pero no es así de bonito, de hecho ya no hay sapos, lo que hay por montones, son autos. Ya la gente no aguanta mojarse ni un poquito, como si estuvieran hechos de azúcar o algo cursi y frágil como eso. Hasta para ir a la pulpería ocupan del carro. Pero no nos desviemos. Mi plan de ahora en adelante es cagármele a todos los vecinos.